RANKING DE LECTURA EN 1971

Sin querer sacralizarlo, sigo pensando en el libro como una de las tecnologías más fascinantes para el conocimiento de una época. Que los tirajes lleguen al millón de copias, que los nombres de los propietarios aparezcan borroneados, que las páginas resistan el paso de tiempo; todos estos elementos son pistas de la vida cotidiana alrededor de una época. Por eso son fascinantes los rankings de libros y las opiniones de anónimos sobre la lectura dichas al pasar. 

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Con extrañeza, leo el ranking de los libros más comprados en Concepción durante 1971. Es el año del Premio Nobel a Pablo Neruda y el de la nacionalización del cobre, el año en que millones de ejemplares de Quimantú y miles de Universitaria circulan en las librerías chilenas. Pero es 2025 y escribo un texto sobre la historia de la Biblioteca Central, templo de la cultura donde me convertí en lector y en avistador de los lomos dorados de la Editorial Aguilar y de las nuevas incorporaciones; acá, reviso los diarios viejos de la ciudad: El Sur, en los días en que mis padres eran niños. Así tropiezo con un reportaje de enero de 1972, escrito con el tono de los balances, por el periodista Alonso Escalada, quien cuenta que visitó tres librerías de la ciudad para someter a los libreros locales a una pregunta de lógica cuantificadora: ¿cuáles son las obras más compradas por el público penquista? Escalada se protege: “No lleva mi encuesta un rigor o criterio científico, sino más bien es una pauta, un poco despreocupada y generosa, de indicador cultural, algo de termómetro de las lecturas en nuestra ciudad” (Diario El Sur, enero de 1972, p. 3).

Solo en una librería, descubre Escalada, se vendieron 200 copias de El Padrino, seguido de Papillón, Palomita Blanca y Cien años de soledad. El fenómeno alrededor de la novela de Gabriel García Márquez, con “cuatro o cinco años” entre los más vendidos, muestra el conocimiento que los lectores penquistas poseían sobre las novedades literarias. Más importante aún: el interés del público local por una obra latinoamericana, un proceso que arrancó en los umbrales de la década de 1960 y que tuvo a Concepción como centro acelerador de partículas. Hay un texto que recupera esa experiencia. En Cambiemos la aldea, Fabienne Bradu reconstruye los encuentros de escritores celebrados en Concepción entre 1958 y 1962 que acogieron a figuras como Allen Ginsberg, Alejo Carpentier, Ernesto Sábato, Mario Benedetti, Sebastián Salazar Bondy, entre otros. De manera que el ranking de lecturas de 1971 confirma la persistencia –una década después– del giro latinoamericanista iniciado en 1960, desde una provincia cuya historia cultural es poco conocida.

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La encuesta de Escalada, presentada por él mismo como una suerte de “termómetro”, incluye obras de contenido político-ideológico. El hecho es relevante, considerando que la tensa situación sociopolítica del momento podría llevar a pensar en un desplazamiento del rol de las ideas frente al avance de la acción política. No obstante, Escalada observa cómo los lectores penquistas persiguen obras como El Capital de Karl Marx, Creer es comprometerse de José María González o Ni Marx ni Jesús de Jean-François Revel. En una historia que todavía está por escribirse, del mismo modo que en Santiago, en Concepción también operaron círculos de lectura sobre la obra de Marx, cuyos conceptos explicativos eran moneda corriente en los discursos que los dirigentes locales pronunciaban en el espacio público de la ciudad. Ahora bien, Escalada puntualiza que esta obra era la pieza preferida de un grupo selecto, en una época con un analfabetismo mundial que ascendía a más del treinta por ciento: “Era de suponer que en un Chile que ha escogido su ‘vía hacia el socialismo’ Marx seguiría despertando toda la fascinación de los geniales rebeldes o revolucionarios de otros tiempos. Y así su célebre ‘El Capital’, ha sido el plato fuerte de los paladares de estudiantes, sobre todo universitarios” (Diario El Sur, 6 de enero de 1972, p. 3).

En 1972 los aires que desahuciaban a los libros ya se sentían, como sigue ocurriendo cincuenta años después, esta vez en una sociedad radicalmente distinta, absorbida por la tiranía de la sobre-información y el mercadeo: del yo, de los derechos sociales, del amor, del sexo, del viaje, y, por cierto, del libro. Pese a ese canto fúnebre –las tentativas del asesinato se expandieron: de las ideologías, de la historia, del autor, del ser humano: en suma, la muerte del mundo, bajo la forma de la “sexta extinción” en curso, según Elizabeth Kolbert–, la UNESCO decretó que ese fuera el “año internacional del libro”, en la creencia de que la lectura podía colaborar con el desarrollo de los pueblos. En ese marco se recurrió a los libros para buscar respuestas a un problema colectivo, o para cubrir el tiempo libre, que pese a todo siempre está ahí.

Sin querer sacralizarlo, sigo pensando en el libro como una de las tecnologías más fascinantes para el conocimiento de una época. Que los tirajes lleguen al millón de copias, que los nombres de los propietarios aparezcan borroneados, que las páginas resistan el paso de tiempo; todos estos elementos son pistas de la vida cotidiana alrededor de una época. Por eso son fascinantes los rankings de libros y las opiniones de anónimos sobre la lectura dichas al pasar.

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Una última escena sobre la idea de lectura. Es enero de 1972 y la periodista Berta Marin entrevista a Pedro Lira, dirigente de la CUT-Concepción. La periodista dice sobre el enérgico dirigente penquista: “Reconoce que su vida es desordenada, sin horarios. Duerme poco y tal vez su única disciplina consiste en leer dos o tres horas antes de dormir”. ¿Por qué leería un dirigente? O desde hoy: ¿por qué alguien leería? El mismo Lira responde, en una línea argumental que –a través de la enunciación de las prácticas lectoras– deja entrever la vida cotidiana de una época que desde las claves actuales parece imposible: “Leo porque tengo que estar preparado. El dirigente sindical tiene que saber de todo. De filosofía, que pareciera algo tan distante que debe aprenderse sólo en la Universidad, pero hay que saber de todo” (Diario El Sur, 9 de enero de 1972, suplemento, p. 3). 


Bibliografía

Diario El Sur, enero de 1972.

Fabienne Bradu, Cambiemos la aldea. Los Encuentros de Concepción. 1958, 1960, 1962, Fondo de Cultura Económica, Santiago, 2019.


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Pedro Altamirano (1993)

Magister en Historia y Profesor de Historia, Geografía y Ciencias Sociales por la Universidad de Concepción. Sus áreas de investigación son la historia intelectual y la historia reciente de América Latina. Es autor del libro La provincia inquieta. Intelectuales, política y ciencias sociales en Concepción (1968-1973) y de varios capítulos de libro y artículos. Coordina talleres de lectura en @leamosciencias_sociales

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